El próximo miércoles 9 de junio tendrá lugar en el Pabellón polideportivo de Casasimarro la fiesta de final de curso del CEDEC con la asistencia de el Delegado de Educación y Ciencia en Cuenca Eugenio Alfaro Cortes y el Director General de Deportes de la Junta de Comunidades Roberto Parra Mateo.
1º Entrega de Diplomas
2º Foto oficial
3º Merienda para todos los niños
4º Castillos Hinchables, Tirachinas y el pasillo Gran Prix.
miércoles, 2 de junio de 2010
miércoles, 3 de febrero de 2010
Di cómo castigas y te diré quién eres.
Dicen los expertos que a partir de los siete años y hasta que llega lo adolescencia, los padres nos enfrentamos a unos años tranquilos... Es el mejor momento para sembrar. Con razón se ha llamado a este período "edad de oro de la educación". Sin embargo, el niño no nace educado, sino con "derecho a la educación". Nadie nace preparado para distinguir en cada momento qué debe hacer y qué es preferible dejar de lado. No educamos por caridad sino por justicia.
Quien no sea capaz de educar a sus hijos en algo tan sencillo y tan evidente como el gusto por las cosas bien hechas, está perdido. Se debe castigar y premiar, pero antes hay que saber cómo, cuándo y dónde. "Dime cómo castigas... y te diré cómo educas".
¿Cuándo empleamos mal los castigos?
-Usando violencia verbal o física: la eficacia de la educación no se apoya en la fuerza de los gritos, sino en la evidencia de las razones.
-Cuando los padres ven que los hijos están equivocados o han actuado mal, la meta no es vencerles, sino más bien convencerles. Y en este punto es fundamental tener paciencia, pensar con lucidez y dialogar sosegadamente. Por eso es desaconsejable el grito: aparte de acostumbrarse a ser gritados, puede ser signo de fracaso educativo, de falta de autoridad, y suele provocar rechazo y resentimiento.
-Cuando les quitamos actividades buenas: por ejemplo, el deporte.
-Poniendo castigos desproporcionados: en ocasiones, por falta de paciencia, castigamos a nuestros hijos con sanciones interminables que luego no se pueden cumplir. Otros castigos desproporcionados son los que recurren al miedo (por ejemplo castigarles en su cuarto con la luz apagada), o castigos físicos. Un niño nunca debe pasar miedo. No aconsejo tampoco que les castigues sin televisión pues la conviertes en un objeto deseable. La televisión nunca puede ser objeto de castigo o de premio, a no ser, por ejemplo, que hayan pactado que puede ver esa serie que tanto les gusta pero después de haber estudiado o arreglado su cuarto.
Tipos de castigos y como castigar
La mayor parte de los problemas educativos se ubican en uno de los tres niveles o en la combinación de ellos. Profundizar en las motivaciones -¿qué sentimiento interno nos mueve a actuar de determinada forma?- ayuda a definir los castigos adecuados.
Nivel de motivación:
1. Material.
2. Inteligencia, Yo.
3. Voluntad, Tu.
Situación:
1. Romper algo.
2. Malas notas.
3. Mentir.
Castigo:
1. Pagarlo, reponerlo.
2. Estudiar hasta aprender.
3. Contestar-Reproche.
Cuando nuestros hijos han actuado mal, el castigo debe ubicarse en el nivel de su error. Recurrir a otro nivel no soluciona el defecto. Así por ejemplo, un problema de estudios (nivel 2) no se soluciona quitándole la paga (nivel 1); una mentira, una respuesta alevosa, una desobediencia (nivel 3) no se arregla con horas de estudio (nivel 2).
Situaciones cotidianas
Malas contestaciones y falta de respeto a los padres: Esta situación es de nivel 3 y debe de cortarse de raíz, pues nadie puede querer a quien no respeta. En este caso, lo primero que hay que decir, con firmeza y seriedad, es que ese no es el trato que se le da a la madre o al padre. Más importante que ganarte la amistad de tu hijo es ganarte su respeto. Tu hijo no es tu igual, tu colega: eres mucho más para él. Igualarse con él no es elevar al hijo, es más bien estropearle. El castigo podría ser: si no respetas a tus padres, o a los adultos, tampoco puedes participar esta noche en la tertulia familiar. No consientas nunca las faltas de respeto ni les digas: "No me trates así que yo no te trato así". El respeto de los hijos a los padres está por encima de todo y esto no significa autoritarismo, sino autoridad. El respeto que nos deben nuestros hijos no esta reñido con la confianza que podemos establecer con ellos.
Malas notas: esta situación es de nivel 2 (Inteligencia). Tu hijo llega a casa con las notas y solo ha aprobado en deporte, inglés y religión. Entonces decides quitarle el fútbol, pero tu hijo es el portero de su equipo, es donde se siente feliz y pretendes que quitándole lo mejor que tiene, estudie. Piensas: "Hay que darle donde más le duele". Esto es una equivocación. Siempre hay excepciones, pero como norma es mejor apoyarle en sus puntos fuertes (es deportista, tiene buen corazón, me quiere) para tirar de los débiles (estudia poco, ordena menos, llega tarde...). La idea es transmitir al niño que no es él contra su padre, que es su comportamiento lo que tiene que cambiar. Que él se autocastiga con su comportamiento, que no querríamos castigarle y que sufrimos al hacerlo. Que debe servirle para reparar, para reflexionar y hacerle cambiar. Ante esta situación, el castigo siempre debe ir encaminado a remediar la situación: primero, reflexionar con él por qué saca malas notas y segundo, el mejor castigo es poner un tiempo para el estudio, horas, dedicación y calidad.
Desorden: "Hoy sábado tuve que salir pronto de casa y dejé a todos en la cama. A mi regreso esperaba que se les ocurriera lo normal: hacer la cama, ordenar el pijama, los libros, los juegos... Pero nada, ¡no habían hecho nada! Estaban viendo la televisión tranquilamente y además, sin desayunar". En este caso el nivel es el 3 y el castigo adecuado es ponerse a ordenar hasta acabar. ¿Por qué? Porque la virtud del orden se alcanza a base de repetición de actos, no de charlas, gritos, ni reproches.
Come mal y solo lo que le gusta: "Es desesperante, todo tiene que ser con ketchup". Pues quizá esté bien alimentado... pero está muy maleducado. Nos encontramos en el nivel 1. Por lo tanto, el castigo irá dirigido a que si no come lo que no le gusta, tampoco puede probar lo que más le apetece, porque de lo contrario le encapricharíamos y no estaríamos fortaleciendo su voluntad. Por lo tanto, no hay helado, o no hay el postre que le gusta.
Cuando rompen algo o no cuidan sus cosas: es otra situación del nivel 1 aunque también tiene parte de nivel 3 si han desobedecido. "Aquel sábado fuimos a cenar y les prohibimos a los niños poner películas pero desobedecieron y la película se rompió: se atascó en el dvd. Recordé aquella famosa anécdota de Gandhi cuando después de haber robado dinero a su padre y acercándose a pedirle perdón éste, como repuesta, le contesto llorando. Lo recordó siempre y nunca volvió a robar. En nuestro caso decidimos ponernos muy tristes y notamos que estaban realmente arrepentidos, y es que para un niño la mejor motivación y el mejor premio es la alegría de sus padres". Estos padres decidieron castigar a sus hijos con la decepción (este castigo corresponde al nivel 3 por desobediencia). Otra forma de castigarles, centrados en el nivel 1, es por ejemplo, comprar con su dinero otro dvd, o limpiar la camiseta que han ensuciado por descuido, y por supuesto, no comprarle otra pelota inmediatamente después de perder la que tenían, porque no valoraron las cosas. Lo que nunca se puede hacer es la sustitución rápida.
Ha hecho algo mal pero lo ha reconocido: "Mamá, pero te he dicho la verdad", los padres nos preguntamos: ¿le castigo o no? "Mira que le he dicho mil veces que no salte en la cama porque la va a romper, y al final la ha roto". Lo correcto es explicarle que le castigas por su desobediencia, porque si además hubiera mentido, el castigo sería doble. Se reconoce su sinceridad pero tiene que ser consciente de su acto. Como ha roto la cama, dormirá con la cama torcida unos cuantos días para que sea consciente de su actuación.
Además
-No levantes el castigo porque te lo suplique: además de perder autoridad, el niño se acostumbra a no enfrentar las consecuencias justas de sus actos.
-Ponte de acuerdo con tu pareja: si la madre levanta los castigos impuestos por el padre o viceversa, se restan autoridad mutuamente.
-Permítele que se explique antes de imponerle el castigo: nunca es lícito aplicar sanciones sin oír antes la versión del niño. Sin embargo, si se trata de faltas de respeto evidentes, actúa de inmediato y con firmeza. No temas perder su amistad; precisamente si te respeta te querrá: nadie ama a quien no respeta.
-Si castigas, también debes premiar o felicitar: no te fijes solo en lo que hace mal. Si de seis camisas hay cinco arrugadas y una bien doblada, felicítale por esa que está en orden. Esto exige abrir bien los ojos, porque el cansancio y la frustración nos empujan a ver en grande todo lo malo y a no ver nada de lo bueno.
-Recuerda que castigas por justicia, no para molestarle: por eso, a los 9 o 10 años pueden de común acuerdo, el niño y tu, establecer que castigo se le impone por su comportamiento.
Maite Mijancos
Quien no sea capaz de educar a sus hijos en algo tan sencillo y tan evidente como el gusto por las cosas bien hechas, está perdido. Se debe castigar y premiar, pero antes hay que saber cómo, cuándo y dónde. "Dime cómo castigas... y te diré cómo educas".
¿Cuándo empleamos mal los castigos?
-Usando violencia verbal o física: la eficacia de la educación no se apoya en la fuerza de los gritos, sino en la evidencia de las razones.
-Cuando los padres ven que los hijos están equivocados o han actuado mal, la meta no es vencerles, sino más bien convencerles. Y en este punto es fundamental tener paciencia, pensar con lucidez y dialogar sosegadamente. Por eso es desaconsejable el grito: aparte de acostumbrarse a ser gritados, puede ser signo de fracaso educativo, de falta de autoridad, y suele provocar rechazo y resentimiento.
-Cuando les quitamos actividades buenas: por ejemplo, el deporte.
-Poniendo castigos desproporcionados: en ocasiones, por falta de paciencia, castigamos a nuestros hijos con sanciones interminables que luego no se pueden cumplir. Otros castigos desproporcionados son los que recurren al miedo (por ejemplo castigarles en su cuarto con la luz apagada), o castigos físicos. Un niño nunca debe pasar miedo. No aconsejo tampoco que les castigues sin televisión pues la conviertes en un objeto deseable. La televisión nunca puede ser objeto de castigo o de premio, a no ser, por ejemplo, que hayan pactado que puede ver esa serie que tanto les gusta pero después de haber estudiado o arreglado su cuarto.
Tipos de castigos y como castigar
La mayor parte de los problemas educativos se ubican en uno de los tres niveles o en la combinación de ellos. Profundizar en las motivaciones -¿qué sentimiento interno nos mueve a actuar de determinada forma?- ayuda a definir los castigos adecuados.
Nivel de motivación:
1. Material.
2. Inteligencia, Yo.
3. Voluntad, Tu.
Situación:
1. Romper algo.
2. Malas notas.
3. Mentir.
Castigo:
1. Pagarlo, reponerlo.
2. Estudiar hasta aprender.
3. Contestar-Reproche.
Cuando nuestros hijos han actuado mal, el castigo debe ubicarse en el nivel de su error. Recurrir a otro nivel no soluciona el defecto. Así por ejemplo, un problema de estudios (nivel 2) no se soluciona quitándole la paga (nivel 1); una mentira, una respuesta alevosa, una desobediencia (nivel 3) no se arregla con horas de estudio (nivel 2).
Situaciones cotidianas
Malas contestaciones y falta de respeto a los padres: Esta situación es de nivel 3 y debe de cortarse de raíz, pues nadie puede querer a quien no respeta. En este caso, lo primero que hay que decir, con firmeza y seriedad, es que ese no es el trato que se le da a la madre o al padre. Más importante que ganarte la amistad de tu hijo es ganarte su respeto. Tu hijo no es tu igual, tu colega: eres mucho más para él. Igualarse con él no es elevar al hijo, es más bien estropearle. El castigo podría ser: si no respetas a tus padres, o a los adultos, tampoco puedes participar esta noche en la tertulia familiar. No consientas nunca las faltas de respeto ni les digas: "No me trates así que yo no te trato así". El respeto de los hijos a los padres está por encima de todo y esto no significa autoritarismo, sino autoridad. El respeto que nos deben nuestros hijos no esta reñido con la confianza que podemos establecer con ellos.
Malas notas: esta situación es de nivel 2 (Inteligencia). Tu hijo llega a casa con las notas y solo ha aprobado en deporte, inglés y religión. Entonces decides quitarle el fútbol, pero tu hijo es el portero de su equipo, es donde se siente feliz y pretendes que quitándole lo mejor que tiene, estudie. Piensas: "Hay que darle donde más le duele". Esto es una equivocación. Siempre hay excepciones, pero como norma es mejor apoyarle en sus puntos fuertes (es deportista, tiene buen corazón, me quiere) para tirar de los débiles (estudia poco, ordena menos, llega tarde...). La idea es transmitir al niño que no es él contra su padre, que es su comportamiento lo que tiene que cambiar. Que él se autocastiga con su comportamiento, que no querríamos castigarle y que sufrimos al hacerlo. Que debe servirle para reparar, para reflexionar y hacerle cambiar. Ante esta situación, el castigo siempre debe ir encaminado a remediar la situación: primero, reflexionar con él por qué saca malas notas y segundo, el mejor castigo es poner un tiempo para el estudio, horas, dedicación y calidad.
Desorden: "Hoy sábado tuve que salir pronto de casa y dejé a todos en la cama. A mi regreso esperaba que se les ocurriera lo normal: hacer la cama, ordenar el pijama, los libros, los juegos... Pero nada, ¡no habían hecho nada! Estaban viendo la televisión tranquilamente y además, sin desayunar". En este caso el nivel es el 3 y el castigo adecuado es ponerse a ordenar hasta acabar. ¿Por qué? Porque la virtud del orden se alcanza a base de repetición de actos, no de charlas, gritos, ni reproches.
Come mal y solo lo que le gusta: "Es desesperante, todo tiene que ser con ketchup". Pues quizá esté bien alimentado... pero está muy maleducado. Nos encontramos en el nivel 1. Por lo tanto, el castigo irá dirigido a que si no come lo que no le gusta, tampoco puede probar lo que más le apetece, porque de lo contrario le encapricharíamos y no estaríamos fortaleciendo su voluntad. Por lo tanto, no hay helado, o no hay el postre que le gusta.
Cuando rompen algo o no cuidan sus cosas: es otra situación del nivel 1 aunque también tiene parte de nivel 3 si han desobedecido. "Aquel sábado fuimos a cenar y les prohibimos a los niños poner películas pero desobedecieron y la película se rompió: se atascó en el dvd. Recordé aquella famosa anécdota de Gandhi cuando después de haber robado dinero a su padre y acercándose a pedirle perdón éste, como repuesta, le contesto llorando. Lo recordó siempre y nunca volvió a robar. En nuestro caso decidimos ponernos muy tristes y notamos que estaban realmente arrepentidos, y es que para un niño la mejor motivación y el mejor premio es la alegría de sus padres". Estos padres decidieron castigar a sus hijos con la decepción (este castigo corresponde al nivel 3 por desobediencia). Otra forma de castigarles, centrados en el nivel 1, es por ejemplo, comprar con su dinero otro dvd, o limpiar la camiseta que han ensuciado por descuido, y por supuesto, no comprarle otra pelota inmediatamente después de perder la que tenían, porque no valoraron las cosas. Lo que nunca se puede hacer es la sustitución rápida.
Ha hecho algo mal pero lo ha reconocido: "Mamá, pero te he dicho la verdad", los padres nos preguntamos: ¿le castigo o no? "Mira que le he dicho mil veces que no salte en la cama porque la va a romper, y al final la ha roto". Lo correcto es explicarle que le castigas por su desobediencia, porque si además hubiera mentido, el castigo sería doble. Se reconoce su sinceridad pero tiene que ser consciente de su acto. Como ha roto la cama, dormirá con la cama torcida unos cuantos días para que sea consciente de su actuación.
Además
-No levantes el castigo porque te lo suplique: además de perder autoridad, el niño se acostumbra a no enfrentar las consecuencias justas de sus actos.
-Ponte de acuerdo con tu pareja: si la madre levanta los castigos impuestos por el padre o viceversa, se restan autoridad mutuamente.
-Permítele que se explique antes de imponerle el castigo: nunca es lícito aplicar sanciones sin oír antes la versión del niño. Sin embargo, si se trata de faltas de respeto evidentes, actúa de inmediato y con firmeza. No temas perder su amistad; precisamente si te respeta te querrá: nadie ama a quien no respeta.
-Si castigas, también debes premiar o felicitar: no te fijes solo en lo que hace mal. Si de seis camisas hay cinco arrugadas y una bien doblada, felicítale por esa que está en orden. Esto exige abrir bien los ojos, porque el cansancio y la frustración nos empujan a ver en grande todo lo malo y a no ver nada de lo bueno.
-Recuerda que castigas por justicia, no para molestarle: por eso, a los 9 o 10 años pueden de común acuerdo, el niño y tu, establecer que castigo se le impone por su comportamiento.
Maite Mijancos
domingo, 29 de noviembre de 2009
La necesidad de poner normas
“Si mis padres no me ponen hora de llegada a casa por las noches, yo supongo que es porque no les importo”. Con estas palabras, que sorprenden a muchos padres, se expresaba un chico de unos catorce años; en ellas podemos entrever que los hijos necesitan pautas y normas para sentirse seguros.
Muchos de los descubrimientos psicopedagógicos de los últimos años parecen que no terminan de imponerse en nuestras teorías educativas. Hemos incorporado una necesaria y adecuada tolerancia frente a las restricciones excesivas y asfixiantes en las que se educaba antes; pero hay otros prejuicios, esta vez de sentido contrario, es decir, de laxitud e indulgencia, cercanos la dejadez, que por miedo, ideas equivocadas y mala comprensión del desarrollo psicológico de los niños, nos paralizan a la hora de ejercer la función de padres. ¿Ha fallado la educación que conocemos?
Se trataba de que los hijos no sufrieran los traumas que conlleva un exceso de represión. Se hace hincapié en la necesidad de mostrarse afectuoso, comunicativo e indulgente con las necesidades del niño y muy tolerante con su comportamiento. Este planteamiento es muy favorable para facilitar el desarrollo sin ansiedades pero, en exceso, implica jóvenes sin motivación, con dificultad para decidir su futuro. Tanto emocional como económicamente se mantienen en un estado de dependencia. El fallo puede estar en que no aprendan a enfrentarse con la realidad, con las inevitables frustraciones de la vida. Parece que “a fuerza de” no negarles nada, no llegan a desarrollar “la fuerza para” conseguir las cosas por sí mismos. Esa fuerza es necesaria para conseguir el éxito en cualquier campo y no sólo en el aspecto escolar.
Los padres, actualmente, nos sentimos confusos y desorientados al tener que decidir entre seguir la propia intuición, los modelos en que fuimos educados y los ejemplos que se ven en otros padres y en los medios de comunicación. El resultado es un comportamiento contradictorio. Es difícil exigir a los hijos que cumplan la parte del trato implícito que supone la convivencia: “yo doy, tú das”. Hay muchos motivos, veamos algunos:
. Nos asusta defraudarlos.
. No sabemos o no queremos decir "no".
. No queremos frustrarlos,... "ya sufrirán cuando sean mayores".
. Nos preocupa ser considerados autoritarios.
. No queremos que sufran lo que nosotros sufrimos.
. Compensamos la falta de tiempo y dedicación con una actitud indulgente (y culpable).
. Tenemos miedo al conflicto y a sus malas caras.
. Nos parece que actuamos con egoísmo si imponemos normas que nos faciliten la vida.
Algunas ideas sobre el desarrollo: de la dependencia a la individuación .
Dicho muy brevemente, el estudio de lo que se llama ‘relaciones de objeto’ ha puesto de manifiesto la importancia que en la primera infancia tiene una relación estrecha y consistente con la madre (o con la persona que habitualmente haga dicha función). En esa época, cualquier separación, aunque sea breve, el niño la vive con ansiedad.
Pero también se ha descubierto, en el campo de la ‘psicología del yo’, que tras esa primera etapa, el niño necesita separarse de su madre, para diferenciar sus propios deseos y necesidades de los de ella, para ir tomando conciencia de sí mismo y de su individualidad.
La madre debe dejarlo no sólo separase tanto como sea posible, según su edad, sino que debería presentarse a sí misma como sujeto de necesidades “egoístas”, con una vida propia, e ir alejándose de esa imagen que tiene el niño de su madre como una extensión de él que sólo existe para satisfacer sus necesidades.
Lo que se ha llamado un ambiente familiar suficientemente bueno, es aquel que reacciona con cariño a la vez que permite que el niño experimente, de modo gradual y acorde con su maduración, una cantidad creciente de frustración.
Es necesario proteger al niño pero también dejar que se exponga gradualmente a experiencias en las que no logre todo lo que desea. La capacidad del niño para enfrentarse a la realidad depende de esto.
Este proceso de tolerancia a la frustración, que se desarrolla paulatinamente, permite que el niño aprenda a manejar su ansiedad y su agresividad. Cuando esto no se realiza bien, el niño puede volverse apático y pasivo o, por el contrario, irascible.
Algunas ideas que pueden servir de guía.
-La educación perfecta no existe, sobre todo si la consideramos como un conjunto de normas utilizadas como una receta; no hay un niño igual a otro ni siquiera en la misma familia, así que más que fórmulas estándar, podemos disponer de guías para orientarnos en situaciones diversas.
-Sin embargo el tiempo de calidad “no absorbe” todo el tiempo de una familia. Es importante que los hijos tengan la oportunidad de ver que en casa hay otras necesidades: que trabajan o reposan. Tengamos presente algo importante, como reflexión final: esta es la única infancia que tendrán sus hijos.
-Es importante ser espontáneos, la intuición es necesaria porque son los propios padres quienes conocen mejor a sus hijos y el modo de ayudarles.
-Nuestra empatía, capacidad para ponernos en su lugar, nos permite entender los motivos que ellos tienen para actuar y reaccionar en una determinada situación y, desde ahí, podemos enseñarles modos de afrontarla. Y también les enseñamos eso tan importante para su vida que es saber ponerse en el lugar del otro.
-La coherencia es también muy importante porque uno tiene que creer aquello que
quiere enseñar. La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace invalida la norma que obien no se cumple o lleva a la mentira.
-Por eso es tan importante que los padres actúen con seguridad y sin contradicciones. Es sobre todo con un estilo de comportamiento con lo que los hijos se identifican y al que imitan. La norma concreta puede ser más o menos discutida si se le transmite una forma de ser responsable y honesta.
-No se trata de adiestrarlo, convertirlo en algo que deseamos, tendremos más éxito si le ayudamos a descubrir sus capacidades, personalidad..., y él también.
-Los castigos, en general, tienen pocos resultados, sobre todo las humillaciones. Un niño criado en un ambiente de discusiones, gritos, peleas, puede que reproduzca lo que ha vivido. Los castigos en forma de malos tratos físicos o verbales, convierten al niño en una persona agresiva o, en el otro extremo también insano, en alguien temeroso con serias dificultades para convivir.
A modo de resumen.
Los padres debemos poner las normas que consideramos justas, exigir que se cumplan, actuar con seguridad y firmeza, desde el conocimiento de nuestros hijos y el cariño que les tenemos, sabiendo que nosotros somos el modelo a imitar y que nuestra valoración y respeto, son una meta y una guía para ellos.
Para la O.N.U., en su Declaración de los Derechos del Niño, éste deja de ser considerado objeto de acciones para ser sujeto de derechos y obligaciones.
Dejémonos de miedos y complejos: en un ambiente favorable de afecto y comunicación, ejerzamos de padres y exijamos que nuestros hijos cumplan también su parte.
Javier Rodríguez.
www.miscelaneaeducativa.com
Muchos de los descubrimientos psicopedagógicos de los últimos años parecen que no terminan de imponerse en nuestras teorías educativas. Hemos incorporado una necesaria y adecuada tolerancia frente a las restricciones excesivas y asfixiantes en las que se educaba antes; pero hay otros prejuicios, esta vez de sentido contrario, es decir, de laxitud e indulgencia, cercanos la dejadez, que por miedo, ideas equivocadas y mala comprensión del desarrollo psicológico de los niños, nos paralizan a la hora de ejercer la función de padres. ¿Ha fallado la educación que conocemos?
Se trataba de que los hijos no sufrieran los traumas que conlleva un exceso de represión. Se hace hincapié en la necesidad de mostrarse afectuoso, comunicativo e indulgente con las necesidades del niño y muy tolerante con su comportamiento. Este planteamiento es muy favorable para facilitar el desarrollo sin ansiedades pero, en exceso, implica jóvenes sin motivación, con dificultad para decidir su futuro. Tanto emocional como económicamente se mantienen en un estado de dependencia. El fallo puede estar en que no aprendan a enfrentarse con la realidad, con las inevitables frustraciones de la vida. Parece que “a fuerza de” no negarles nada, no llegan a desarrollar “la fuerza para” conseguir las cosas por sí mismos. Esa fuerza es necesaria para conseguir el éxito en cualquier campo y no sólo en el aspecto escolar.
Los padres, actualmente, nos sentimos confusos y desorientados al tener que decidir entre seguir la propia intuición, los modelos en que fuimos educados y los ejemplos que se ven en otros padres y en los medios de comunicación. El resultado es un comportamiento contradictorio. Es difícil exigir a los hijos que cumplan la parte del trato implícito que supone la convivencia: “yo doy, tú das”. Hay muchos motivos, veamos algunos:
. Nos asusta defraudarlos.
. No sabemos o no queremos decir "no".
. No queremos frustrarlos,... "ya sufrirán cuando sean mayores".
. Nos preocupa ser considerados autoritarios.
. No queremos que sufran lo que nosotros sufrimos.
. Compensamos la falta de tiempo y dedicación con una actitud indulgente (y culpable).
. Tenemos miedo al conflicto y a sus malas caras.
. Nos parece que actuamos con egoísmo si imponemos normas que nos faciliten la vida.
Algunas ideas sobre el desarrollo: de la dependencia a la individuación .
Dicho muy brevemente, el estudio de lo que se llama ‘relaciones de objeto’ ha puesto de manifiesto la importancia que en la primera infancia tiene una relación estrecha y consistente con la madre (o con la persona que habitualmente haga dicha función). En esa época, cualquier separación, aunque sea breve, el niño la vive con ansiedad.
Pero también se ha descubierto, en el campo de la ‘psicología del yo’, que tras esa primera etapa, el niño necesita separarse de su madre, para diferenciar sus propios deseos y necesidades de los de ella, para ir tomando conciencia de sí mismo y de su individualidad.
La madre debe dejarlo no sólo separase tanto como sea posible, según su edad, sino que debería presentarse a sí misma como sujeto de necesidades “egoístas”, con una vida propia, e ir alejándose de esa imagen que tiene el niño de su madre como una extensión de él que sólo existe para satisfacer sus necesidades.
Lo que se ha llamado un ambiente familiar suficientemente bueno, es aquel que reacciona con cariño a la vez que permite que el niño experimente, de modo gradual y acorde con su maduración, una cantidad creciente de frustración.
Es necesario proteger al niño pero también dejar que se exponga gradualmente a experiencias en las que no logre todo lo que desea. La capacidad del niño para enfrentarse a la realidad depende de esto.
Este proceso de tolerancia a la frustración, que se desarrolla paulatinamente, permite que el niño aprenda a manejar su ansiedad y su agresividad. Cuando esto no se realiza bien, el niño puede volverse apático y pasivo o, por el contrario, irascible.
Algunas ideas que pueden servir de guía.
-La educación perfecta no existe, sobre todo si la consideramos como un conjunto de normas utilizadas como una receta; no hay un niño igual a otro ni siquiera en la misma familia, así que más que fórmulas estándar, podemos disponer de guías para orientarnos en situaciones diversas.
-Sin embargo el tiempo de calidad “no absorbe” todo el tiempo de una familia. Es importante que los hijos tengan la oportunidad de ver que en casa hay otras necesidades: que trabajan o reposan. Tengamos presente algo importante, como reflexión final: esta es la única infancia que tendrán sus hijos.
-Es importante ser espontáneos, la intuición es necesaria porque son los propios padres quienes conocen mejor a sus hijos y el modo de ayudarles.
-Nuestra empatía, capacidad para ponernos en su lugar, nos permite entender los motivos que ellos tienen para actuar y reaccionar en una determinada situación y, desde ahí, podemos enseñarles modos de afrontarla. Y también les enseñamos eso tan importante para su vida que es saber ponerse en el lugar del otro.
-La coherencia es también muy importante porque uno tiene que creer aquello que
quiere enseñar. La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace invalida la norma que obien no se cumple o lleva a la mentira.
-Por eso es tan importante que los padres actúen con seguridad y sin contradicciones. Es sobre todo con un estilo de comportamiento con lo que los hijos se identifican y al que imitan. La norma concreta puede ser más o menos discutida si se le transmite una forma de ser responsable y honesta.
-No se trata de adiestrarlo, convertirlo en algo que deseamos, tendremos más éxito si le ayudamos a descubrir sus capacidades, personalidad..., y él también.
-Los castigos, en general, tienen pocos resultados, sobre todo las humillaciones. Un niño criado en un ambiente de discusiones, gritos, peleas, puede que reproduzca lo que ha vivido. Los castigos en forma de malos tratos físicos o verbales, convierten al niño en una persona agresiva o, en el otro extremo también insano, en alguien temeroso con serias dificultades para convivir.
A modo de resumen.
Los padres debemos poner las normas que consideramos justas, exigir que se cumplan, actuar con seguridad y firmeza, desde el conocimiento de nuestros hijos y el cariño que les tenemos, sabiendo que nosotros somos el modelo a imitar y que nuestra valoración y respeto, son una meta y una guía para ellos.
Para la O.N.U., en su Declaración de los Derechos del Niño, éste deja de ser considerado objeto de acciones para ser sujeto de derechos y obligaciones.
Dejémonos de miedos y complejos: en un ambiente favorable de afecto y comunicación, ejerzamos de padres y exijamos que nuestros hijos cumplan también su parte.
Javier Rodríguez.
www.miscelaneaeducativa.com
domingo, 6 de septiembre de 2009
REFLEXION
REFLEXION
Cuando yo tenía siete u ocho años y quería jugar a fútbol quedaba con unos amigos. Unas marcas en la pared o unas piedras en una era, servían como referencias para las porterías. Siempre entendimos que para hacer equipos parejos lo mejor era que dos chavales eligieran de uno en uno. Evidentemente se empezaba por los mejores y se acababa con los que menos traza tenían. Si un equipo goleaba al otro, se hacían intercambios para que el partido estuviera equilibrado. Las faltas y penaltis se señalaban por acuerdo de la mayoría en un ejercicio magnífico de tolerancia. No había niño que se quedara sin jugar. Todos estos mecanismos tan sanos y tan educativos se ponían sobre el campo porque lo único que pretendíamos era jugar, divertirnos y relacionarnos con nuestros amigos. Así podíamos pasar horas y horas.
Pero llegó un día en que, con muy buena intención, los adultos decidimos regular todo esto, estructurándolo de la manera que creemos que a nosotros nos haría felices, no a los niños. El campito lleno de baches y con algún árbol por en medio, con porterías y líneas imaginarias, lo transformamos en una superficie de hierba artificial, con porterías reglamentarias con sus redes, con árbitros que tienen que decidir porque si no, nadie se pondría de acuerdo, con entrenadores que te corrigen y que deciden quién juega porque en el campo sólo puede haber siete u once jugadores por equipo, con padres que ansían que sus hijos sean un nuevo Messi o C.Ronaldo. Donde los partidos tienen un tiempo límite y empleas más minutos en trasladarte que en jugar. Y lo estropeamos porque inconscientemente ansiamos más la competición que el juego.
Otro problema que creamos los adultos son las élites, siempre con el sueño de poder pertenecer a ellas, lo que da lugar a que determinadas entidades, por su poder económico y mediático, acaben teniendo entre sus jugadores a los mejores. Pero en edades comprendidas entre los seis o siete años y los once es absurdo, pues esa captación acaba provocando resultados escandalosos. Hay equipos en la provincia de Cuenca que ganan por más de treinta goles de diferencia. ¿Qué utilidad tiene, tanto para un equipo como para el otro, que un partido acabe con un resultado así? El derrotado es imposible que haya podido dar tres pases seguidos y el que gana hace el mismo esfuerzo que si jugara sin rival. ¿Es necesario que existan humillaciones de este tipo entre chavales que sólo deberían emplear su tiempo en disfrutar? ¿Facilita la convivencia? ¿Debe un Ayuntamiento respaldar este tipo de deporte competitivo?
Cuando éramos niños jugábamos con mucho más sentido común que los adultos. Llegados a cierta superioridad de uno de los equipos, siempre tendíamos a remodelarlos. Sería muy sencillo que la Delegación de Deportes obligara en edades tempranas, cuando un equipo está goleando a otro, a que se diera el marcador por finalizado y los chavales se mezclaran en busca de un mayor divertimento y convivencia. Pero para ello deberíamos cambiar nuestra mentalidad y priorizar en ciertas edades el jugar sobre el competir.
El otro día le pregunté a un chaval, tras jugar un partido. La respuesta fue un triste "bueno...". Quise que me indicara el porqué de esa ligera tristeza y me respondió que habían empatado. Me fastidió que interpretara mi pregunta en ese sentido y le dije: "¿Pero cómo te lo has pasado?". Y me sorprendió con un "muy bien". ¡Vaya diferencia! ¡Qué rabia me da que los chavales crean que espero de ellos un resultado y no su estado personal, que me hablen de números en vez de emociones! Pero la culpa no es de ellos, sino de nuestra sociedad y de nuestra manía de que los chavales vivan como adultos. Tendríamos que aprender todos, que el deporte no es solo competición, es amistad, compañerismo, tolerancia….
Antonio Escobar Paños
Concejal de Deportes.
Cuando yo tenía siete u ocho años y quería jugar a fútbol quedaba con unos amigos. Unas marcas en la pared o unas piedras en una era, servían como referencias para las porterías. Siempre entendimos que para hacer equipos parejos lo mejor era que dos chavales eligieran de uno en uno. Evidentemente se empezaba por los mejores y se acababa con los que menos traza tenían. Si un equipo goleaba al otro, se hacían intercambios para que el partido estuviera equilibrado. Las faltas y penaltis se señalaban por acuerdo de la mayoría en un ejercicio magnífico de tolerancia. No había niño que se quedara sin jugar. Todos estos mecanismos tan sanos y tan educativos se ponían sobre el campo porque lo único que pretendíamos era jugar, divertirnos y relacionarnos con nuestros amigos. Así podíamos pasar horas y horas.
Pero llegó un día en que, con muy buena intención, los adultos decidimos regular todo esto, estructurándolo de la manera que creemos que a nosotros nos haría felices, no a los niños. El campito lleno de baches y con algún árbol por en medio, con porterías y líneas imaginarias, lo transformamos en una superficie de hierba artificial, con porterías reglamentarias con sus redes, con árbitros que tienen que decidir porque si no, nadie se pondría de acuerdo, con entrenadores que te corrigen y que deciden quién juega porque en el campo sólo puede haber siete u once jugadores por equipo, con padres que ansían que sus hijos sean un nuevo Messi o C.Ronaldo. Donde los partidos tienen un tiempo límite y empleas más minutos en trasladarte que en jugar. Y lo estropeamos porque inconscientemente ansiamos más la competición que el juego.
Otro problema que creamos los adultos son las élites, siempre con el sueño de poder pertenecer a ellas, lo que da lugar a que determinadas entidades, por su poder económico y mediático, acaben teniendo entre sus jugadores a los mejores. Pero en edades comprendidas entre los seis o siete años y los once es absurdo, pues esa captación acaba provocando resultados escandalosos. Hay equipos en la provincia de Cuenca que ganan por más de treinta goles de diferencia. ¿Qué utilidad tiene, tanto para un equipo como para el otro, que un partido acabe con un resultado así? El derrotado es imposible que haya podido dar tres pases seguidos y el que gana hace el mismo esfuerzo que si jugara sin rival. ¿Es necesario que existan humillaciones de este tipo entre chavales que sólo deberían emplear su tiempo en disfrutar? ¿Facilita la convivencia? ¿Debe un Ayuntamiento respaldar este tipo de deporte competitivo?
Cuando éramos niños jugábamos con mucho más sentido común que los adultos. Llegados a cierta superioridad de uno de los equipos, siempre tendíamos a remodelarlos. Sería muy sencillo que la Delegación de Deportes obligara en edades tempranas, cuando un equipo está goleando a otro, a que se diera el marcador por finalizado y los chavales se mezclaran en busca de un mayor divertimento y convivencia. Pero para ello deberíamos cambiar nuestra mentalidad y priorizar en ciertas edades el jugar sobre el competir.
El otro día le pregunté a un chaval, tras jugar un partido. La respuesta fue un triste "bueno...". Quise que me indicara el porqué de esa ligera tristeza y me respondió que habían empatado. Me fastidió que interpretara mi pregunta en ese sentido y le dije: "¿Pero cómo te lo has pasado?". Y me sorprendió con un "muy bien". ¡Vaya diferencia! ¡Qué rabia me da que los chavales crean que espero de ellos un resultado y no su estado personal, que me hablen de números en vez de emociones! Pero la culpa no es de ellos, sino de nuestra sociedad y de nuestra manía de que los chavales vivan como adultos. Tendríamos que aprender todos, que el deporte no es solo competición, es amistad, compañerismo, tolerancia….
Antonio Escobar Paños
Concejal de Deportes.
lunes, 25 de mayo de 2009
EL DEPORTISTA 10
Los deportistas no son buenos o malos únicamente por los resultados obtenidos en la competición, sino también por el modo de comportarse en ella.
Todos nos hemos preguntado alguna vez ¿qué significa ser buen deportista? ¿Cómo se comporta un campeón? ¿Qué cualidades debe tener? Cualquier persona que practique un deporte puede considerarse buen deportista si actúa como tal, independientemente de ganar o perder.
El buen deportista siempre es un campeón, sea campeón del Mundo, de España, de su barrio o de su portal. El mal deportista, por muchos títulos que gane, nunca será un campeón. Os presentamos una propuesta para que nos ayude a reflexionar sobre nuestro modo de actuar, el decálogo del buen deportista.
1. Los buenos deportistas tienen capacidad de superación, son exigentes consigo mismos y les gusta hacer las cosas bien dentro y fuera de la pista. No se conforman con hacer las cosas regular, les gusta mejorar en el deporte, en los estudios, en la relación con sus padres,...
2. Tienen sacrificio y constancia, no se rinden ante los problemas y siguen comprometidos con su deporte y sus compañeros, luchando por mejorar. Todas las cualidades del deportista se pueden mejorar (fuerza, resistencia, técnica, etc.), eso requiere un largo aprendizaje y entrenamiento. Los resultados no se obtienen de la noche a la mañana.
3. Practican siempre el juego limpio y respetan las normas, no intentan ganar haciendo trampas: fingiendo lesiones, haciendo actos prohibidos o tomando sustancias peligrosas. Ganar haciendo trampas es peor que perder, además de no ser mejor que el otro como deportista tampoco se es como persona.
4. Los buenos deportistas disfrutan en el entrenamiento y la competición, se divierten practicando su deporte. Cuando aprenden algo nuevo, cuando terminan agotados de un duro entrenamiento o cuando afrontan una competición, siempre se sienten satisfechos por el esfuerzo realizado.
5. Cuando ganan, celebran su victoria con humildad y valoran el trabajo del contrario. Por eso, el buen deportista es modesto, respeta a su contrincante y siempre sigue intentando superarse a sí mismo. Esa es la mejor recompensa que puede recibir, el orgullo de hacer lo que le gusta y hacerlo bien, no los trofeos ni el dinero.
6. Cuando pierden, no buscan excusas, felicitan al ganador y aprenden de los errores para mejorarlos en el entrenamiento y poder evitarlos la próxima vez. Debemos felicitar al ganador y no envidiar su triunfo, esta vez ha sido mejor que nosotros y eso merece nuestro respeto.
7. Respetan las decisiones arbitrales. Igual que los deportistas cometemos fallos, también el árbitro puede cometer errores. De poco sirve enfadarse ni perder los nervios durante la competición. El buen deportista es el modelo a seguir por los demás, así que debe comportarse con dignidad ante el rival y los jueces.
8. Son capaces de controlarse cuando la competición está muy tensa y en la grada no hay buen ambiente, se centran en su labor y procuran calmar al público. Es importante que un deportista tenga control de sí mismo, y que sepa al mismo tiempo esforzarse al máximo, concentrarse en su labor y no cometer acciones poco caballerosas.
9. Saben cuidarse: descansar, comer y beber adecuadamente, prevenir y curar las lesiones. El deporte no termina después de la competición ni tan siquiera después del entrenamiento. Tan importante es entrenar como descansar adecuadamente, seguir los consejos del médico ante una lesión y alimentarse sana y equilibradamente.
10. Trabajan en equipo, practicando el compañerismo por encima del lucimiento personal. Tanto en los deportes de equipo como en los individuales un deportista nunca llega solo a la meta, detrás de él están sus compañeros, entrenadores, padres y todo el mundo que forma «su equipo».
Todos nos hemos preguntado alguna vez ¿qué significa ser buen deportista? ¿Cómo se comporta un campeón? ¿Qué cualidades debe tener? Cualquier persona que practique un deporte puede considerarse buen deportista si actúa como tal, independientemente de ganar o perder.
El buen deportista siempre es un campeón, sea campeón del Mundo, de España, de su barrio o de su portal. El mal deportista, por muchos títulos que gane, nunca será un campeón. Os presentamos una propuesta para que nos ayude a reflexionar sobre nuestro modo de actuar, el decálogo del buen deportista.
1. Los buenos deportistas tienen capacidad de superación, son exigentes consigo mismos y les gusta hacer las cosas bien dentro y fuera de la pista. No se conforman con hacer las cosas regular, les gusta mejorar en el deporte, en los estudios, en la relación con sus padres,...
2. Tienen sacrificio y constancia, no se rinden ante los problemas y siguen comprometidos con su deporte y sus compañeros, luchando por mejorar. Todas las cualidades del deportista se pueden mejorar (fuerza, resistencia, técnica, etc.), eso requiere un largo aprendizaje y entrenamiento. Los resultados no se obtienen de la noche a la mañana.
3. Practican siempre el juego limpio y respetan las normas, no intentan ganar haciendo trampas: fingiendo lesiones, haciendo actos prohibidos o tomando sustancias peligrosas. Ganar haciendo trampas es peor que perder, además de no ser mejor que el otro como deportista tampoco se es como persona.
4. Los buenos deportistas disfrutan en el entrenamiento y la competición, se divierten practicando su deporte. Cuando aprenden algo nuevo, cuando terminan agotados de un duro entrenamiento o cuando afrontan una competición, siempre se sienten satisfechos por el esfuerzo realizado.
5. Cuando ganan, celebran su victoria con humildad y valoran el trabajo del contrario. Por eso, el buen deportista es modesto, respeta a su contrincante y siempre sigue intentando superarse a sí mismo. Esa es la mejor recompensa que puede recibir, el orgullo de hacer lo que le gusta y hacerlo bien, no los trofeos ni el dinero.
6. Cuando pierden, no buscan excusas, felicitan al ganador y aprenden de los errores para mejorarlos en el entrenamiento y poder evitarlos la próxima vez. Debemos felicitar al ganador y no envidiar su triunfo, esta vez ha sido mejor que nosotros y eso merece nuestro respeto.
7. Respetan las decisiones arbitrales. Igual que los deportistas cometemos fallos, también el árbitro puede cometer errores. De poco sirve enfadarse ni perder los nervios durante la competición. El buen deportista es el modelo a seguir por los demás, así que debe comportarse con dignidad ante el rival y los jueces.
8. Son capaces de controlarse cuando la competición está muy tensa y en la grada no hay buen ambiente, se centran en su labor y procuran calmar al público. Es importante que un deportista tenga control de sí mismo, y que sepa al mismo tiempo esforzarse al máximo, concentrarse en su labor y no cometer acciones poco caballerosas.
9. Saben cuidarse: descansar, comer y beber adecuadamente, prevenir y curar las lesiones. El deporte no termina después de la competición ni tan siquiera después del entrenamiento. Tan importante es entrenar como descansar adecuadamente, seguir los consejos del médico ante una lesión y alimentarse sana y equilibradamente.
10. Trabajan en equipo, practicando el compañerismo por encima del lucimiento personal. Tanto en los deportes de equipo como en los individuales un deportista nunca llega solo a la meta, detrás de él están sus compañeros, entrenadores, padres y todo el mundo que forma «su equipo».
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EL DEPORTISTA 10
lunes, 23 de febrero de 2009
EL PAPEL DE LOS PADRES EN EL DEPORTE
No cabe ninguna duda de que todos los padres, quieren siempre lo mejor
para sus hijos, pero muchas veces la forma en que lo pretenden lograr no es la
más adecuada o la más eficaz. En el deporte de iniciación y de formación, es
fundamental la colaboración entre los padres y el entrenador que dirige a un
grupo de jóvenes no sólo formándolos deportiva, sino también humana, social
y personalmente.
Todos hemos visto cómo resulta difícil para muchos padres tener una
actitud que favorezca este trabajo del entrenador, les cuesta mantener una
relación adecuada con ellos e incluso mantienen una posición que perjudica el
desarrollo y la mejora de sus hijos. Por lo tanto, es importante, que los padres
conozcan el papel que han de asumir cuando tienen un hijo que practica un
deporte. Para ello, dos son las posturas que se han de tener claras, para poder
ayudar en esta labor a todos los entrenadores y personas que con ellos
colaboran:
* La primera de ellas es, mantener una actitud de APOYO sobre los niños,
eliminando las críticas negativas, tanto en casa como en los partidos, y
teniendo con ellos una actitud comprensiva. Es importante, no volcar sobre
los niños nuestra expectativa, y querer que sean lo que nosotros no fuimos en
el deporte.
Resulta evidente, que para las personas adultas, acostumbradas a la
competitividad, el ganar lo es todo. Pero en el deporte de iniciación los padres
han de mantener una actitud de interés por la actividad que se realiza,
poniendo énfasis en el esfuerzo y el disfrute más que en el resultado, y con
ello, resulta igual de importante acudir a las competiciones y actividades
externas al deporte que se organicen para que nuestros hijos vean nuestro
interés y gusto por las actividades que realizan.
* La segunda actitud que ha de tomar un padre, y no solo en el caso del
deporte, es la de servir de MODELO de sus hijos. Servir de modelo, tanto en
su relación con el entrenador, como en su comportamiento durante los partidos.
Es importante mantener una actitud comprensiva hacia el trabajo del
entrenador, ponerse en su lugar y comprender que no es agradable dejar sin
jugar a alguien. El entrenador/monitor tiene el mando en el partido y los padres
no deben ejercer órdenes desde fuera del campo, para eso está siempre el
entrenador.
Es fundamental dejarle trabajar y confiar en él y en su buen hacer. Esto no
significa que no surjan discrepancias, que pueden ser solucionadas con el
diálogo con el entrenador o con el director de la Escuela.
Otro aspecto que hay que cuidar y que más tarde se verá reflejado en el
comportamiento de los niños, es la actitud durante los partidos. Así que hay
que evitar los insultos y gestos despectivos con los contrarios y con el
árbitro, si queremos niños educados, hay que empezar por darles el ejemplo
con nuestra propia actitud. Evitar criticar a nuestro equipo, para no
menoscabar su auto-estima y su ánimo por hacer deporte.
No siempre resulta fácil tener en cuenta todos estos aspectos y consejos,
pero al igual que los jóvenes deportistas entrenan cada día, debemos
nosotros, esforzarnos por cambiar nuestras actitudes y comportamientos,
para poder tener unos deportistas, y unos hijos, que disfruten con su deporte,
respeten a sus adversarios y sean para nosotros motivo de orgullo y
satisfacción.
El Concejal de Deportes
Antonio Escobar Paños
para sus hijos, pero muchas veces la forma en que lo pretenden lograr no es la
más adecuada o la más eficaz. En el deporte de iniciación y de formación, es
fundamental la colaboración entre los padres y el entrenador que dirige a un
grupo de jóvenes no sólo formándolos deportiva, sino también humana, social
y personalmente.
Todos hemos visto cómo resulta difícil para muchos padres tener una
actitud que favorezca este trabajo del entrenador, les cuesta mantener una
relación adecuada con ellos e incluso mantienen una posición que perjudica el
desarrollo y la mejora de sus hijos. Por lo tanto, es importante, que los padres
conozcan el papel que han de asumir cuando tienen un hijo que practica un
deporte. Para ello, dos son las posturas que se han de tener claras, para poder
ayudar en esta labor a todos los entrenadores y personas que con ellos
colaboran:
* La primera de ellas es, mantener una actitud de APOYO sobre los niños,
eliminando las críticas negativas, tanto en casa como en los partidos, y
teniendo con ellos una actitud comprensiva. Es importante, no volcar sobre
los niños nuestra expectativa, y querer que sean lo que nosotros no fuimos en
el deporte.
Resulta evidente, que para las personas adultas, acostumbradas a la
competitividad, el ganar lo es todo. Pero en el deporte de iniciación los padres
han de mantener una actitud de interés por la actividad que se realiza,
poniendo énfasis en el esfuerzo y el disfrute más que en el resultado, y con
ello, resulta igual de importante acudir a las competiciones y actividades
externas al deporte que se organicen para que nuestros hijos vean nuestro
interés y gusto por las actividades que realizan.
* La segunda actitud que ha de tomar un padre, y no solo en el caso del
deporte, es la de servir de MODELO de sus hijos. Servir de modelo, tanto en
su relación con el entrenador, como en su comportamiento durante los partidos.
Es importante mantener una actitud comprensiva hacia el trabajo del
entrenador, ponerse en su lugar y comprender que no es agradable dejar sin
jugar a alguien. El entrenador/monitor tiene el mando en el partido y los padres
no deben ejercer órdenes desde fuera del campo, para eso está siempre el
entrenador.
Es fundamental dejarle trabajar y confiar en él y en su buen hacer. Esto no
significa que no surjan discrepancias, que pueden ser solucionadas con el
diálogo con el entrenador o con el director de la Escuela.
Otro aspecto que hay que cuidar y que más tarde se verá reflejado en el
comportamiento de los niños, es la actitud durante los partidos. Así que hay
que evitar los insultos y gestos despectivos con los contrarios y con el
árbitro, si queremos niños educados, hay que empezar por darles el ejemplo
con nuestra propia actitud. Evitar criticar a nuestro equipo, para no
menoscabar su auto-estima y su ánimo por hacer deporte.
No siempre resulta fácil tener en cuenta todos estos aspectos y consejos,
pero al igual que los jóvenes deportistas entrenan cada día, debemos
nosotros, esforzarnos por cambiar nuestras actitudes y comportamientos,
para poder tener unos deportistas, y unos hijos, que disfruten con su deporte,
respeten a sus adversarios y sean para nosotros motivo de orgullo y
satisfacción.
El Concejal de Deportes
Antonio Escobar Paños
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El Papel de los Padres en el Deporte
jueves, 15 de enero de 2009
- LA CULTURA DEL ESFUERZO, CLAVE DEL EXITO EN LA FORMACIÓN DE NUESTROS HIJOS
En los ambientes educativos se habla mucho del esfuerzo, y a menudo se entiende en términos del trabajo intelectual. Esto es cierto, pero hasta cierto punto. El esfuerzo tiene un papel más vital que el simple éxito académico. En realidad, es un factor fundamental para alcanzar la madurez como persona.
¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos el valor del esfuerzo?.
De entrada podríamos pensar que el esfuerzo se aprende sobre todo en el colegio. Sin embargo, el principal lugar para este importante aprendizaje es la familia. Todas las virtudes necesarias para tener éxito en la vida (realizarse profesionalmente, fundar una familia, forjar amistades duraderas,...) se adquieren en un ambiente de cariño y exigencia proporcionados por la vida familiar de cada niño.
En casa, el niño aprende qué es el esfuerzo, que sentido tiene. Si le enseñamos a esforzarse en cosas pequeñas, será capaz de afrontar cada vez mayores retos. Lo importante es hacer lo que debo, no lo que me apetece. Así, irá controlando su impulsividad, su impaciencia, etc,...
Hay que marcarles metas realistas, adecuadas a su edad y a su carácter, sin infravalorarles y a la vez sin pedirles imposibles.
Nuestro ejemplo de padres es esencial. A los hijos les ayuda ver que sus padres también se esfuerzan, trabajan, no se quejan, asumen sus errores y también los imprevistos sin perder la calma.
Conviene insistir en la cara positiva del esfuerzo: cuesta vencerse, pero después uno está más contento y además la vida le va mejor.
¿Hasta qué punto es importante el esfuerzo?.
En la formación del carácter influyen tanto la herencia genética como la educación, pero en distinta proporción, dependiendo de los distintos ámbitos. En el ámbito físico, como por ejemplo la práctica de un deporte, la herencia puede pesar hasta un 80%, mientras que la educación ronda el 20%. Esto significa que si no hemos nacido especialmente dotados para los deportes, será bueno que los practiquemos por su gran contenido formativo, pero mejor no aspirar a ser deportistas de élite, para evitar desengaños.
En el ámbito intelectual ambos factores rondan el 50%, con lo cual aumenta la importancia de la educación en este campo: un talento medio tendrá éxito si trabaja y fracasará en caso contrario.
Finalmente, en el ámbito de la voluntad, la herencia llega al 20% y la educación al 80%. En este terreno, lo prioritario es la educación, no los genes, lo cual es una llamada al optimismo a la vez que a la responsabilidad: no se trata de que el niño haya heredado “el mal genio de su abuela” o de que sea “vago como su tío Perico”: será lo que nosotros le ayudemos a ser, no lo que ha recibido genéticamente.
Teniendo en cuenta que este tercer ámbito es el más importante en la vida de una persona, lo que está en juego es la felicidad de nuestros hijos.
¿En qué consiste el esfuerzo? ¿Cuándo y cómo se educa?.
El esfuerzo es un motor: lo que nos ayuda a conseguir las metas que nos proponemos y a superar los obstáculos de la vida diaria. Si un niño se deja llevar por lo que le apetece en cada momento, posiblemente no estudiará, no ayudará en casa,... y cuando sea un adulto no sabrá enfrentarse a las dificultades y contratiempos.
La educación en hábitos empieza cuando el niño es recién nacido. Evidentemente, los primeros meses consiste sobre todo en que crezca rodeado de cariño, y poco a poco el orden, la higiene, la alimentación, van formando parte de su vida diaria, mucho antes de que él tenga uso de razón.
Entre los seis y los doce años tiene lugar el periodo sensitivo de la educación en hábitos propiamente dicha, como la laboriosidad, la responsabilidad, etc,...
Aunque todavía les vemos muy pequeños, los padres tenemos que concienciarnos de que la clave no es ahorrarles el mínimo sufrimiento, sino proporcionarles las estrategias que les ayuden a enfrentarse con las dificultades que van encontrando.
Un ejemplo lo recogía Enrique Orobiogoikoetxea en esta web hace unos meses: “con la mochila al hombro”. Es mejor que el niño lleve sus libros, porque es perfectamente capaz y porque son SUS libros.
Si no, lo que parece una ayuda, es un obstáculo: una persona que no ha tenido oportunidades de esforzarse carece de la seguridad y autoestima que requieren los retos diarios.
Hay que tener en cuenta que los niños y los adolescentes viven el presente. Les cuesta pensar en el futuro, por eso hay que buscar motivaciones que les resulten cercanas, llevarles por un plano inclinado. Probablemente a un adolescente no le motive demasiado “se una persona de provecho el día de mañana” y habrá que recordarle que si quiere salir con sus amigos, primero tiene que estudiar el tiempo previsto.
No hace falta pensar situaciones excepcionales para educar en el esfuerzo: levantarse a la hora, cumplir el horario, comer de todo, ordenar la habitación, terminar lo que se empieza, practicar algún deporte... son ocasiones cotidianas para crecer en este terreno.
La conclusión de estas reflexiones podría ser una vez más que los padres tenemos que ir por delante: si nosotros nos esforzamos, ellos se dan cuenta, aunque no se lo digamos, y nuestro ejemplo será el impulso que ellos necesitan.
¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos el valor del esfuerzo?.
De entrada podríamos pensar que el esfuerzo se aprende sobre todo en el colegio. Sin embargo, el principal lugar para este importante aprendizaje es la familia. Todas las virtudes necesarias para tener éxito en la vida (realizarse profesionalmente, fundar una familia, forjar amistades duraderas,...) se adquieren en un ambiente de cariño y exigencia proporcionados por la vida familiar de cada niño.
En casa, el niño aprende qué es el esfuerzo, que sentido tiene. Si le enseñamos a esforzarse en cosas pequeñas, será capaz de afrontar cada vez mayores retos. Lo importante es hacer lo que debo, no lo que me apetece. Así, irá controlando su impulsividad, su impaciencia, etc,...
Hay que marcarles metas realistas, adecuadas a su edad y a su carácter, sin infravalorarles y a la vez sin pedirles imposibles.
Nuestro ejemplo de padres es esencial. A los hijos les ayuda ver que sus padres también se esfuerzan, trabajan, no se quejan, asumen sus errores y también los imprevistos sin perder la calma.
Conviene insistir en la cara positiva del esfuerzo: cuesta vencerse, pero después uno está más contento y además la vida le va mejor.
¿Hasta qué punto es importante el esfuerzo?.
En la formación del carácter influyen tanto la herencia genética como la educación, pero en distinta proporción, dependiendo de los distintos ámbitos. En el ámbito físico, como por ejemplo la práctica de un deporte, la herencia puede pesar hasta un 80%, mientras que la educación ronda el 20%. Esto significa que si no hemos nacido especialmente dotados para los deportes, será bueno que los practiquemos por su gran contenido formativo, pero mejor no aspirar a ser deportistas de élite, para evitar desengaños.
En el ámbito intelectual ambos factores rondan el 50%, con lo cual aumenta la importancia de la educación en este campo: un talento medio tendrá éxito si trabaja y fracasará en caso contrario.
Finalmente, en el ámbito de la voluntad, la herencia llega al 20% y la educación al 80%. En este terreno, lo prioritario es la educación, no los genes, lo cual es una llamada al optimismo a la vez que a la responsabilidad: no se trata de que el niño haya heredado “el mal genio de su abuela” o de que sea “vago como su tío Perico”: será lo que nosotros le ayudemos a ser, no lo que ha recibido genéticamente.
Teniendo en cuenta que este tercer ámbito es el más importante en la vida de una persona, lo que está en juego es la felicidad de nuestros hijos.
¿En qué consiste el esfuerzo? ¿Cuándo y cómo se educa?.
El esfuerzo es un motor: lo que nos ayuda a conseguir las metas que nos proponemos y a superar los obstáculos de la vida diaria. Si un niño se deja llevar por lo que le apetece en cada momento, posiblemente no estudiará, no ayudará en casa,... y cuando sea un adulto no sabrá enfrentarse a las dificultades y contratiempos.
La educación en hábitos empieza cuando el niño es recién nacido. Evidentemente, los primeros meses consiste sobre todo en que crezca rodeado de cariño, y poco a poco el orden, la higiene, la alimentación, van formando parte de su vida diaria, mucho antes de que él tenga uso de razón.
Entre los seis y los doce años tiene lugar el periodo sensitivo de la educación en hábitos propiamente dicha, como la laboriosidad, la responsabilidad, etc,...
Aunque todavía les vemos muy pequeños, los padres tenemos que concienciarnos de que la clave no es ahorrarles el mínimo sufrimiento, sino proporcionarles las estrategias que les ayuden a enfrentarse con las dificultades que van encontrando.
Un ejemplo lo recogía Enrique Orobiogoikoetxea en esta web hace unos meses: “con la mochila al hombro”. Es mejor que el niño lleve sus libros, porque es perfectamente capaz y porque son SUS libros.
Si no, lo que parece una ayuda, es un obstáculo: una persona que no ha tenido oportunidades de esforzarse carece de la seguridad y autoestima que requieren los retos diarios.
Hay que tener en cuenta que los niños y los adolescentes viven el presente. Les cuesta pensar en el futuro, por eso hay que buscar motivaciones que les resulten cercanas, llevarles por un plano inclinado. Probablemente a un adolescente no le motive demasiado “se una persona de provecho el día de mañana” y habrá que recordarle que si quiere salir con sus amigos, primero tiene que estudiar el tiempo previsto.
No hace falta pensar situaciones excepcionales para educar en el esfuerzo: levantarse a la hora, cumplir el horario, comer de todo, ordenar la habitación, terminar lo que se empieza, practicar algún deporte... son ocasiones cotidianas para crecer en este terreno.
La conclusión de estas reflexiones podría ser una vez más que los padres tenemos que ir por delante: si nosotros nos esforzamos, ellos se dan cuenta, aunque no se lo digamos, y nuestro ejemplo será el impulso que ellos necesitan.
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